La telaraña de redes que es Internet con
frecuencia sorprende a quienes navegan por sus playas. Nunca se sabe si la
palabra sembrada en este espacio cibernético obtendrá su correspondiente
respuesta, se consumirá en el fuego lento del silencio o acabará siendo semilla
fecunda.
Si el lector permite una confesión de gustos
personales le diré que no va conmigo perder horas y horas a través de chats,
las más de las veces intrascendentes, si es que no del género comadreo y
chismoso. Sin embargo, aunque no a través del chat, me permití un comentario
sobre un libro de Nietzsche. Fue en un periódico digital que a invitaba a reaccionar.
Me decidió el hecho de que quienes antes habían opinado sólo tenían expresiones
de elogio para el texto.
Un fabuloso escritor
Escribí lo siguiente: el estilo literario de Nietzsche
es digno de todo encomio. Su frase, lapidaria y repleta de contenido ha sido
pocas veces superada. Su pensamiento es valiente y bastante original. Bastante
porque bebe mucho de Darwin y de Feuerbach, especialmente en sus aplicaciones a
la religión.
Que sea buen escritor no le legítima para afirmar
una serie de despropósitos con el fin de exhibirse, ejercer de enfant terrible y tratar de curarse de
sus frustraciones. No logran disimular su resentimiento contra la mujer, contra
la persona religiosa y solidaria. Asegura que Dios ha muerto, pero no acaba de
darnos las pruebas. Y los hechos no le dan la razón. ¿Será porque la mayoría
son meros gusanos —como gusta calificarles— y no se han dado cuenta?
Puede que sí, pero también puede ser que el
hombre fuera un loco genial. De hecho se derrumbó en la locura más tenebrosa.
Había olvidado el asunto cuando, a los pocos
días, un e-mail me trataba de ingenuo y, con indisimulada agresividad,
preguntaba dónde guardaba yo las pruebas de la existencia de Dios.
Le respondí en los siguientes términos: Me coges
desprevenido, amigo anónimo del espacio cibernético, pues escribí el comentario
sobre "el anticristo" como un desahogo al finalizar el libro. Me
salió sin reflexionar demasiado, pues conocía con anterioridad acerca de sus
ideas y sospechas.
Te escribo sin la menor pretensión docente, pero
tampoco me pare cortés ignorar tus preguntas, aunque una clara agresividad late
tras ellas. He aquí unas breves palabras sin ánimo de convencer, pero para que
sirvan de testimonio de que no todo el mundo tiene que plegarse a la moda o
callar frente al que más duro vocea.
¿Pruebas de la existencia de Dios? El camino de
la historia está sembrado de ellas. Platón, Agustín Aristóteles, S. Anselmo,
Sto. Tomás, Leibniz, Pascal, Kant. H. Küng... Estos autores, y los escritores
que han inspirado, dan fe de ello. Por supuesto que no a todo el mundo
convencen. Por un motivo muy sencillo: enfocan la cuestión desde el
razonamiento. Mientras que Dios tiene que ver también con la sensibilidad y el
corazón... Equivocan parcialmente la metodología. Como decía Pascal, para estos
asuntos el corazón es más apto —más sensible— sensible que la razón.
Pruebas racionales, pruebas cordiales
Se dirá que este tipo de pruebas surgidas del
corazón resultan ambiguas, pues que no tienen carácter matemático, ni han recibido
el beneplácito de la ciencia positiva. Es cierto. Sólo que uno cree en el amor,
en la confianza, en el humor y en cien mil cosas más (las que más importan en
la vida) sin tener pruebas racionales para ello, sin preguntar la opinión de la
ciencia.
En último término se trata de buscar con
sinceridad y de afrontar el tema sin juicios previos, es decir, sin
pre-juicios. Quizás entonces no se encuentren pruebas contundentes, pero si se
experimenta la clara sensación de que ciertamente Dios está ahí. No cabe ir más
allá.
Por lo demás: la existencia del cosmos, de la
humanidad, de la inteligencia... ¿es una pura casualidad? ¿Una broma de mal
gusto? ¿Hay otras explicaciones más solventes que el fundamento de una voluntad
superior? ¿Nada tiene sentido ni vale la pena, dado que al cabo todo desemboca
en la oscuridad y la nada?
El tema Dios pone muchas preguntas sobre el
tapete. La hipótesis de su existencia podría aclarar muchas cosas, sería el
último fragmento del puzzle. Mientras
que su negación sume en el pesimismo más negro o en el azar más azaroso. Yo
confío en la realidad y en el instinto. Cuando tengo sed confío en que el agua
existe y no me equivoco. Cuando siendo ansias de trascendencia apuesto por la
existencia de Dios.
En todo caso Nietzsche me parece demasiado
militante como para ser imparcial en el debate. No parece muy lógico pasarse la
vida luchando contra alguien que no existe.
Si estas palabras mías, con contestación o sin
ella, ayudan a pensar (que no pretendo convencer), me doy por satisfecho. Y me
despido deseando que te puedas aproximar a la felicidad.
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