El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

miércoles, 1 de agosto de 2018

Cien mil visitas al blog


A estas horas el contador de mi blog —que generosamente (?) me proporciona Google— me informa de que 100.000 transeúntes han pasado por la web cuya clave tengo en mi poder. Claro que no todo el que pasa lee el artículo hasta el final, en cualquier caso, todos ellos han estado frente a la página y algo habrán ojeado desde el momento que entraron en el lugar.

Voy a celebrar este número redondo de artículos “leídos” tratando de aflorar algo del trasfondo que sostiene la tarea.  

Una autoexploración

Escribir es un ejercicio de autoexploración. Es preciso exprimir los sentimientos para que segreguen los vocablos adecuados. De ahí que cuanto más uno escribe, más se conoce a sí mismo. Sus emociones, sus sentimientos, sus ideas solapadas entre las rendijas del alma.

El proceso de escribir podría compararse incluso con una especie de alquimia que tiene que ver con el pensar, el sentir y la realidad de las cosas que nos rodean. Me atrevo a decir que escribir es una forma de relacionarse con el mundo de alrededor. Cada uno tiene su forma de mirar el mundo como cada ave tiene su forma de volar. La escritura atestigua justamente esta propia y exclusiva forma de mirar el mundo.

Recuerdo haber leído en alguna parte que “buscando escribo y escribiendo busco”. Un excelente resumen de lo que me propongo decir. Escribir es una aventura refinada. Casi diría que genera endorfinas. Naturalmente, siempre que el sujeto tenga las papilas gustativas suficientes para degustar el manjar.

Una terapia

Escribir puede equivaler a una consulta con el psicólogo. Plasmar en un folio en blanco aquello que nos preocupa, la rutina diaria, lo que nos agrada y lo que nos fastidia ayuda a sostenerse en los días aciagos. Hay quien escribe para no ahogarse, para no salir derrotado de los días malos que inevitablemente desfilan en la vida de uno. Incluso el hecho de ocupar un tiempo para lo que yo quiero, y me gusta, ayuda a sobreponerse al estrés.
Hay cosas que a uno le incomodan, pero que no tiene la oportunidad de decir en voz alta. O simplemente no le parece correcto. O no se anima a desembucharlas. Con la escritura se facilita el proceso. Algunas ideas quedarían para siempre en el anonimato si no fuera porque hallan salida en el papel o la web que las sostiene. 

Un modesto legado

Cada día que pasa tenemos un día más o, quizás mejor, un día menos. Nadie vive más allá de la fecha de caducidad marcada —aunque invisible— en su lomo. ¿Por qué no dejar unos pensamientos, un libro, unas cuartillas a los nietos o simplemente a los que nos sobrevivirán? Puede que no les interesen, pero puede que sí.

Con la escritura se siembran pedacitos de uno mismo en el interior del prójimo. Aun cuando uno no sea muy leído, siempre las semillas permanecen ahí, dispuestas a enterrarse en el alma ajena.  Escribir es un coloquio con uno mismo y con el vecino que se tome la molestia de descifrar el escrito.

Normalmente las palabras se disuelven al poco tiempo de resonar en el aire. Los escritos tienen mayor garantía de solidez. Los fonemas se apagan al poco rato, en cambio, permanece la posibilidad de leer lo que se plasmó en blanco y negro. Además, el hecho de estampar ideas en el papel permite escapar de la rutina y la inercia. Escribir, afirmó Larra, es llorar. Sí, pero también puede ser imaginar y explorar.

Con el blog uno se comunica. He tenido numerosos estudiantes en las aulas de varios centros de enseñanza. Entre ellos, los de Sto. Domingo (República Dominicana) y Puerto Rico. Pienso en los rostros de aquellos estudiantes. Y me consta que más de uno lee estos escritos. A la distancia de miles de kilómetros causa satisfacción saber que estamos en comunión. Luego el que un día fue alumno reflexionará y diferirá o no de lo leído. Pero, por un momento, habrá bebido de la fuente que le he proporcionado.

Perfilar las ideas

Las ideas suelen tener unos perfiles difuminados. Son suficientemente consistentes cuando las piensa uno mismo. Pero en cuanto se quieren expresar al prójimo, cuando hay que convertirlas en palabras, entonces se requiere que los perfiles sean sólidos y contundentes.

Tengo experiencia de ello en mis muchos años de enseñanza. Los alumnos iban tranquilos al examen. Habían dado vueltas en su cabeza a la idea que expresarían frente al tribunal. Sin embargo, luego —no sólo por nerviosismo— no eran capaces de expresar lo que sí estaba muy claro para sí mismos. Trataban de formular el concepto, pero los bordes se desmoronaban como mantequilla en el microondas. Mi consejo era que la mejor manera de recordar y dar forma a las ideas consistía en escribir un guión, un resumen, los aspectos más sobresalientes de las mismas.

No raramente surgen de nuestro interior sensaciones de contornos indefinidos. Se completarán, como si un puzle se tratara, a medida que se desmenucen las emociones, los relatos y anécdotas vividas. Pero todo ello acontece si uno mantiene la pluma entre los dedos o las dos manos sobre el teclado. De no ser así las ideas acaban difuminándose y desmoronándose finalmente en el caos.

Frente a la cuartilla en blanco, con la disposición de emborronarla, y obligado a soltar amarras, se le dan vueltas a las ideas y a los sentimientos. A lo largo de la experiencia se descubren matices que antes habían pasado desapercibidos.

El placer de escribir

Al escribir uno navega por aguas familiares y conocidas. Escoges los adjetivos que te placen. Nadie te contradice —al menos en el momento que presionas las teclas— y la bonanza empuja el bajel.

Escribir es un placer, por otra parte, siempre que uno alimente inquietudes y tenga un mínimo de gusto literario. Recrear —que no copiar— el estilo de los grandes escritores y verificar que se consiguen algunas metas, sin duda proporciona un notable placer espiritual.

Las palabras son como un enorme rebaño que pace en el diccionario. Constituye un placer elegir una entre muchas. La que se ajuste al tono, al contexto, a lo que se pretende comunicar, al propio carácter.

Cada uno tiene su forma de mirar el mundo como cada pájaro tiene su forma de volar. La escritura atestigua justamente esta propia y exclusiva forma de mirar el mundo.
Gracias a los 100.000 navegantes de mi blog.

3 comentarios:

Unknown dijo...

estoy muy de auerdo con el autor que escribir conlleva muchas ventajas y conocimiento de uno mismo. Y si su blog ha llegado a los 100.000 lectores, es una buena cifra, aunque los artículos no se hayan leido con toda atención y profundidad.
Enhorabuena!

Anónimo dijo...

Cent mil visites al blog!!!. I van pujant. Enhorabona.
També estam d'enhorabona tots els qui, en un moment o altra de la nostra vida, podem gaudir d'aquests comentaris.
Gràcies

Unknown dijo...

Encara que ja aig fer un comentari copio aquí les paraules d'un poera jove catala, adients al fet d'escriure i que poden encoratjar a tots els qui tenen aquestaq afició:

Son d'en Martí Sales i Sariola i consten en un recull de poesies de poetes joves titulat Pedra Foguera: "Escriure és la meva manera d'aprendre, de conèixer, de pensar. Si no escric, taambé penso, és clar, però pitjor."

I per la meva petita expweriència quan escric, certament q m'ajuda a pensar, i és veritat que sense escriure taambé penso, però pitjor.