El bosque y los árboles
Los bosques excitaron la imaginación de las sociedades
prehistóricas. El conjunto de árboles tenía vida, pero no se movían de un lugar
a otro. Cambiaban de aspecto, pero permanecían atrapados en un lugar muy concreto.
Para los primitivos los árboles eran muy valiosos: ofrecían alimento, leña y eran
aptos para ser transformados en diferentes objetos útiles.
Muy a menudo las diferentes tradiciones asocian el bosque
sagrado a ritos de iniciación. Los más indicados apropiados para ello eran los
bosques de encinas. Bajo estos árboles los druidas y los antiguos griegos,
entre otros, realizaban los ritos más secretos y discutían los asuntos más
importantes de la tribu. El vocablo Druida
hace referencia al conocimiento de la encina. Y es que atribuían a este árbol numerosas
propiedades curativas, casi un poder mágico. En la antigua Grecia la encina
simbolizaba la fuerza y la justicia.
Bien se puede considerar que los bosques fueron los
primeros templos de la humanidad, lugar en el que se rendía culto a diferentes
divinidades y donde éstas se alojaban. La encina fue el árbol sagrado y
venerado por los habitantes a lo largo de las regiones bañadas por el
Mediterráneo. En Mallorca había abundantes y extensos bosques de encinas. Los
ritos funerarios estaban relacionados con la proximidad y el simbolismo de este
árbol.
Ya sólo falta decir que Lluc estaba saturado de encinas
y que los difuntos de diferentes épocas prehistóricas eran enterrados en cuevas
rodeadas de estos árboles. Desde el mismo nombre lucus, se nos sugiere un lugar sagrado. Aquí habitaban los dioses,
se enterraba a los muertos y se llevaban a cabo ritos para que la vida fuera
dirigida y facilitada per las deidades que tutelaban los acontecimientos
humanos. Todo un ambiente y una atmósfera
que de alguna manera aún perdura. Purificada de supersticiones, el alma humana
sigue vinculada a los elementos de la naturaleza y no puede hacer nada salvo
bracear en el océano del misterio.
El cielo azul
Muchas culturas relacionan el color azul con la divinidad.
El motivo es que lo asocian al firmamento —el cielo, habitáculo de Dios— que
percibimos como azul. El azul evoca también la eternidad, a lo mejor porque los
elementos que se nos antojan más gigantescos y duraderos, como el mar y el cielo,
los percibimos de este color.
El azul pues, tiene relación con la calma, la tranquilidad
y la melancolía porque sugiere estos estados de ánimo. De hecho, la obra Azul del poeta Rubén Darío afirma que este color se opone a la
desesperación y al sufrimiento y, en cambio, conecta con la esperanza y el ideal.
Considera que el azul es el color de los sueños y del arte. El color del océano
y del firmamento.
En Lluc hay días en los que el cielo se tapa con la
neblina o las nubes. Sin embargo la mayoría de las jornadas veraniegas muestra
un azul brillante, sin nube alguna. Entonces genera un estado de gozo, casi de excitación,
caminar per los viejos senderos observando el horizonte.
No se olvide la sotana azul de los monaguillos que deambulan
por estos parajes cantando a la Virgen. No son angelitos, como muchos
visitantes suponen, pero sí saben salir bien ordenados hacia el presbiterio y trepar
por el pentagrama. Sus educadas voces son capaces de inducir al llanto a más de
un peregrino.
De noche cabe admirar el mantel oscuro del firmamento
que cubre Lluc, virgen de toda contaminación lumínica y repleto de lucecitas
fulgurantes. El conjunto inspira sentimientos de poesía, aguijonea la
imaginación. El conjunto habla de trascendencia asegurando que, más allá del entorno
cercano, Alguien acompaña nuestros pasos con ternura. Entonces el peregrino pone
su pensamiento rumbo a la imagen de la Virgen de Lluc con su hijo en brazos. Y de
la imagen da un salto hacia el misterio con mayúscula del que también balbucean
la cueva, los árboles y el cielo azul.
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