Querida Mare de Déu de Lluc. Me dirijo a ti con
este título —la confianza me permite tratarte de tú— porque me inclino a pensar
que te gusta más que el de Virgen. En todo caso es como te llamamos los
catalanes y los mallorquines. Además,
sabes mejor que yo que, en buena teología, toda tu grandeza se origina
precisamente en la maternidad.
Esta carta es
informal. Estaba a punto de escribirte sólo un correo electrónico, que hoy día
ha batido en retirada a las cartas. Pero quiero que el contenido se alargue algo
más de lo que normalmente miden los emails. Un sabio dijo que el medio es el mensaje. Una frase
profunda y repleta de razón.
Sabes bien que
soy el encargado de la atención a los peregrinos que suben a Lluc. Un poco por
devoción y otro poco por obligación hago frecuentes visitas al camarín, que es
el espacio dedicado a tu imagen. Un espacio muy digno y, sin duda, el más
visitado de todos los edificios que conforman el conjunto lucano. Es
interesante comprobar que casi todo el mundo que sube a la montaña pasa por tu
capilla.
Bien seguro
que las dosis de fe que cada cual carga son muy desiguales, pero el hecho es
que acaba ante tu imagen el ciclista —vestido de ciclista—, el excursionista
con la mochila al hombro, el peregrino clásico, más bien de rostro un tanto
arrugado y de caminar ya no tan ligero. Incluso he visto mujeres con diferentes
velos de cariz islámico. Ningún burka,
pero sí algunos hijabs y otros
semejantes.
Pienso a mendo
que si los sentimientos y las emociones, las plegarias y las súplicas ocuparan
espacio, el camarín estaría atestado y ya ni entrar sería posible. Las plegarias
que se musitan son numerosísimas. Las hay de alabanza, de arrepentimiento, de
acción de gracias, de petición... Dado que resultan ininteligibles, debo recurrir
al voluminoso cuaderno donde, quien así lo desea, plasma por escrito su
sentimiento o su oración.
Peticiones de
toda clase
La mayoría de
los escritos piden por la salud propia o de la familia. También por el hijo que
vendrá o por tantas pequeñas cosas que mueven su día a día. Algunos querrían poder
volver a un lugar tan bello. Los hay que se saltan toda convención y te
imploran sin contemplaciones. Una mujer joven te contaba que su esposo la había
dejado. Al regresar a su casa no quería permanecer sola. Te pedía que, si no su
el que se fue, otro estuviera allí para acompañarla.
¿Qué pensarás
de súplicas un tanto excéntricas? Y sólo te he transmitido un ejemplo, pero encontraría
varias oraciones estrafalarias y desconcertantes. Tú, seguramente cuando las escuchas,
amplías tu sonrisa inicial que muestras en la imagen. No te enfadas, al contrario.
No por casualidad te esculpieron de pie y en actitud de salir al encuentro del
peregrino. Eres de piedra, pero estoy seguro de que el corazón y la sonrisa
trascienden la piedra y te hacen del todo humana a los ojos de tus hijos.
Me molesta que
una gran parte de tus visitantes, apenas pisan el camarín, desenfundan el móvil
y se disponen a fotografiarte desde todos los ángulos. ¿No sería más educado
saludarte primero, admirar tu imagen, dirigirte unas palabras y, en todo caso,
después, sacarte una fotografía? No, parece que lo que vale es tener y acumular,
más que disfrutar y admirar.
Además, no veo
el porqué de tantas fotografías. No tienes ningún interés en salir en las
páginas de las revistas del corazón, de papel satinado y encantadoras imágenes.
Tú no eres ninguna reina al uso como las que salen en la prensa. Mujeres casi
anoréxicas, preocupadísimas por los vestidos y obsesionadas para que las hijas
den una buena impresión. En la advocación de Lluc muestras un aspecto elegante,
aunque sin pretensiones. Te esculpieron con la digna vestimenta de los templarios.
Por cierto, no entiendo en absoluto cómo, hace más de 125 años, surgió
una discusión virulenta y tempestuosa a propósito de tu figura. Era costumbre vestirte
con un manto que ocultaba la bella factura de la imagen. Unos sensatos expertos
dijeron que resultabas más atractiva y vistosa sin el tal manto, también llamado
gonella en mallorquín. Pues hubo
profundos disgustos e irrevocables dimisiones porque un buen número de gente
tozuda y escaso gusto quería seguir con el manto.
Una Reina muy
atípica
Volviendo al
título de Reina, es verdad que muchos poetas te lo han atribuido e incluso las
letanías marianas lo repiten una y otra vez. El insigne poeta Costa i Llobera
escribió que, en Lluc, como Reina, habitas en un castillo. Está claro que estas
afirmaciones son producto del afecto y de las ganas de elevarte sobre una
peana. Sin embargo, cuando andabas por nuestro mundo, de carne y hueso, nada presagiaba
que un día te llamarían Reina. Si alguien te hubiera dirigido este título,
habrías pensado que se mofaba de tu persona. Quizás tus mejillas habrían
enrojecido, fruto de la vergüenza o de la indignación.
Tú no
necesitas la gesticulación barroca ni el abigarramiento colorido de las
imágenes de otras regiones. Tú no tienes ningún interés de transmitir mensajes
que provoquen escalofríos a tus admiradores. Hay algunas colegas tuyas —y
perdona la palabra que es del todo inexacta—, como la de Medjugorje, que cada
día proclama un discurso mediante una vidente. Tu eres más discreta y mesurada.
Te basta señalar con el dedo el libro en las manos del niño Jesús. Es el libro
de la vida. Este gesto, la sonrisa y la actitud de salir al encuentro del
visitante te caracterizan y te hacen del todo apacible.
En el camarín
se ve de todo. Quién te mira como atónito y quién lo hace de reojo, casi como
con alguna animadversión. Como si tuvieras la culpa de todos los deslices que
cometen los curas. Que, por cierto, son muchos, pero ni de lejos todos los que
se les atribuyen.
A menudo se
crean largas colas para besar tu imagen, sobre todo cuando los que te quieren
saludar provienen de los países del Este. Cuando están ante tu figura no
quieren a nadie a su lado. Se quedan quietos durante unos largos segundos para
que las vibraciones les lleguen sin interferencias. Un guía de estos grupos me
explicó que éste era el motivo de las largas filas. En general se trata de
gente perteneciente a la rama ortodoxa del catolicismo. Nada tengo que decir,
sólo que la gente se amontona y, a veces, se pone nerviosa.
Sé que miras
con simpatía a las personas que leen la salve escrita en los reclinatorios y ponen
cara de no entender nada. Paseas la mirada sobre los mallorquines que buscan el
escudo de su pueblo en las paredes y sueltan comentarios fuera de lugar.
Sonríes cuando los niños te miran absortos y preguntan quién es esta señora.
Tocas las fibras más íntimas del corazón del peregrino que se siente abrumado
porque no llega a fin de mes o porque su cónyuge le trata con dureza. Quieres
que vuelva a vivir esperanzado porque, como decía el cartel del 125 aniversario,
A Lluc, hi reneix l’esperança (En
Lluc renace la esperanza).
Virgen de Lluc, haz que nuestras oraciones sean
ardientes y transparentes. Continua de
pie en tu capillita escuchando las súplicas de tus hijos. Confórtalos. Escucha
los deseos más difíciles. Por ejemplo, que los políticos no se corrompan. Que
no se siga maltratando el medio ambiente. Que la gente rebosante de españolismo
—yo diría que más bien rancio— ensanche la mente y sea capaz de entender a los
catalanes y a los mallorquines que tienen un concepto un tanto distinto de la convivencia.
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