No me resultan agradables los
textos jurídicos. Se me antojan pesados, fastidiosos y pedantes. A pesar de que
existe un movimiento en pro de la modernización y simplificación del lenguaje
administrativo, por lo general los magistrados hacen caso omiso. Creo no pecar
de mal pensado si en muchas ocasiones los administradores de la justicia buscan
expresamente complicaciones gramaticales, se solazan en párrafos de extensión
exagerada, buscan las palabras más altisonantes para así demostrar su ciencia,
más allá del común de los mortales.
Deben pensar que es justo que quede
constancia de ello. Además, si todo el mundo pudiera entender sus
interlocutorias (vaya palabrejo, para empezar) no desprenderían el aura de
misterio que patrocina su túnica, su toga y sus adornos de puntilla en la
bocamanga (que, por cierto, se llaman puñetas, según el diccionario).
Una sentencia vergonzante
De todos modos, no han sido
motivos estéticos los que me empujan a emborronar este espacio. No, ha sido la
indignación que me ha producido la paralización de la sentencia del supremo
respecto del asunto de las hipotecas. Como
sabrá el lector, una sentencia cambió la ley vigente. Ya no será el cliente
hipotecado quien pague los costos de la documentación jurídica, sino el banco
que es quien realmente tiene interés en tales documentos.
De ahí que, a pesar de mi alergia
a los textos jurídicos voy a citar el artículo 117 de la Constitución Española.
En este caso no resulta tan difícil su comprensión. Dice así: "la justicia emana del pueblo y
se administra en nombre del Rey por Jueces y Magistrados integrantes del poder
judicial, independientes, inamovibles, responsables y sometidos únicamente al
imperio de la ley".
No ahorra adjetivos solemnes,
enfáticos y hasta pomposos: los integrantes del poder judicial son
independientes, inamovibles, responsables y sometidos únicamente al imperio de
la ley.
Sin embargo, los magistrados
atendieron a la “enorme repercusión económica y social”. De manera que el
presidente de la Sala consideró que había que dejar sin efecto la sentencia.
Quien sepa leer entre líneas —un ejercicio de lo más conveniente— entenderá que
la enorme repercusión económica se reflejó en la bolsa y la sintieron en sus
carnes los banqueros.
Hasta ahí podíamos llegar. A los
banqueros no les gusta salir en público. Escasean las conferencias que
pronuncian y son muy parcos a la hora de conceder entrevistas. Al contrario que
los políticos, por cierto. Sin embargo, saben defender muy bien sus intereses
cuando les pisan el callo. Porque ellos tienen el dinero, por tanto, el cebo
con el que dirigir y mantener a buen recaudo a políticos y magistrados. Desde
la penumbra de sus despachos se ponen
ceñudos, pulsan teléfonos exclusivos y hasta ocurre que sueltan palabras
gruesas si el interlocutor no acata su sugerencias e inclina el espinazo.
Es lo que pienso y que sostiene
toda lógica. ¿Por qué se iba a suspender la sentencia? Este nefasto episodio
protagonizado por los magistrados y estimulado por los banqueros es injusto e indignante. Uno había escuchado
siempre que los jueces y magistrados sólo tenían por norma la ley desnuda, sin
aditamentos. Ahora resulta que con el rabillo del ojo también atienden a las
repercusiones económicas de sus decisiones. Y son muy capaces de volver atrás
contraviniendo las palabras solemnes de la tan cacareada constitución.
Dama justicia prostituida
La constitución es un gran
referente para los jueces cuando se trata de mantener a políticos catalanes
presos, los que mucha gente de prestigio, fuera de España, entiende que no
debieran estar entre rejas. Es la palabra definitiva para consagrar la
inviolabilidad del Rey y el aforamiento de muchos miles de políticos. Pero a la
constitución se la pisotea cuando exige que todo ciudadano tenga una casa y
cuando manda que los jueces sólo dependan de las leyes, sin atender a los
cantos de sirena de los poderosos.
Después de este espectáculo, ¿qué
credibilidad puede mantener la justicia? Y lo escribo con pesar, dado que
alguien debe administrarla para que la sociedad no se precipite en el darwinismo,
para que no se convierta en una jungla donde se impone la ley del más forzudo.
Por si fuera poco, publican los
periódicos que se dan ascensos inmerecidos y hasta irregulares en el engranaje
de la justicia. Sabemos que no es casualidad que a uno le toquen determinados
casos muy mediáticos. Se nos dice una y otra vez que la justicia es imparcial y
al margen de toda presión, sin embargo, a los partidos no les da igual elegir a
uno u otro magistrado. Muy al contrario, se generan soterradas batallas para
conseguir a quien detenta un determinado nombre y apellido. ¿Cómo es posible si
los jueces están por encima de toda sospecha?
Cuando se dice que la justicia es
ciega se pretende significar que no mira a las personas, sino a los hechos
objetivos que proceden de tales personas. Desde hace unos cuantos siglos se
representa a la justicia con los ojos vendados, una balanza en una mano y una
espada en la otra. Un símbolo que habla con elocuencia: la justicia castiga a
quien delinque, sin distinciones, no atiende al miedo ni las amenazas. No tiene
en cuenta el dinero ni el poder del delincuente.
A la vista de los últimos
espectáculos quizás habrá que interpretar el símbolo de otro modo. La ajusticia
es ciega, se niega a mirar de frente los delitos. Si tiene los ojos vendados
mantiene los oídos bien abiertos para escuchar el siseo de los poderosos a fin
de seguir sus indicaciones. Con la espada ataca al que más se acerca a la
justicia confiando en su equidad. El malhechor sabe ponerse a buen recaudo. La
balanza significa el equilibrio, el razonamiento, la búsqueda de la mayor
rectitud en la sentencia. Pero hay balanzas trucadas que engañan miserablemente
a quien confía en ellas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario