Pocos adversarios halla la afirmación de que el ser humano está en continua búsqueda de felicidad. Incluso uno pasa por grandes privaciones si, a la postre, sirven como cauces que conducen hacia ella. El empresario es muy capaz de pasar noches en blanco y arriesgar un infarto de miocardio persiguiendo un mayor volumen de ventas y ganancias. La madre que vela junto al lecho de su hijo postrado no regatea esfuerzos ni lágrimas con tal de conseguir un grado de bienestar mayor para su hijo. Quiere para él la felicidad que, por lo demás, forma parte de la suya propia.
El neoliberal presume de haber
conseguido la sabiduría que desemboca en la felicidad. Aunque él prefiere
hablar del éxito en la vida. A la postre, no cambia apenas el panorama, dado
que tener éxito se confunde con la realización de los más profundos anhelos, o
sea, con el hambre de felicidad.
La propuesta neoliberal
La propuesta neoliberal otea
varias dimensiones. Ante todo, la económica. Apuesta fuerte por la economía y
tiene la íntima convicción de que a ella hay que dar la primacía. Es la joya en
el estuche, la médula del sistema, su instancia reguladora.
No se dicen estas cosas por afán
retórico. No. El ser humano se mide por lo que produce, por su eficacia
económica, según los criterios de nuestro protagonista. Tanto produces, tanto
vales. Si eres elemento favorable para el capital, has conseguido la salvación.
De lo contrario, se abren los abismos a tus pies.
Las consecuencias de estos
principios quedan a la vista. Existe diversidad de seres humanos. Los que
poseen capital, los que aportan trabajo y los que ni poseen lo primero ni
aportan lo segundo. La producción económica no es un proceso dirigido a
satisfacer las necesidades de la población en general. Claro que no. Su objetivo
es satisfacer las necesidades o los caprichos de los que pueden pagarlos.
Ahora bien, para abaratar la
producción y obtener mayor beneficio, es de lógica elemental que conviene
mantener el salario al nivel más bajo posible. Importa ser competitivo por
encima de cualquier otra consideración. El darvinismo neoliberal no tiene como
escenario la selva, ni recurre a los músculos para exhibir su fuerza. Acontece
en el escenario de los bancos y los monopolios. Se lleva a cabo a golpe de
chequera y con las armas de la especulación.
Estos planteamientos suponen que
la propiedad privada no sabe de fronteras, ni hipotecas sociales, aunque no
siempre lo entienden los poco versados en la cuestión. Suponen también una
publicidad dinámica y ágil. Si lo que importa es vender, de todo punto se
requiere estimular las ganas de comprar. Luego hay que favorecer el consumismo.
Y si las necesidades están cubiertas, pues se crean otras a base de publicidad
bien organizada.
Habría que revisar aquello de que
el hombre es un animal racional. Más bien es un animal económico. Un ser que
produce, vende, compra y consume. El que no entra en la espiral, debe ser
excluido, se halla fuera de la ley, de la ley del mercado. Los pobres no
cuentan porque no compran. Tienen la desfachatez de pasarse años y años en un
barrio periférico sin asomarse a los grandes centros de venta. ¿Cuál es su
utilidad?
Mientras los ciudadanos más despiertos diseñan nuevos edificios de bella arquitectura, decoran escaparates, instalan aire acondicionado por los corredores y contratan a las más seductoras vendedoras... los pobres no responden. Siguen pululando por las calles, jugando a dominó, aumentando la familia... sin soltar un peso. Cuando más, se pasan la vida de tienda en tienda, en disgustosa actitud de regateo y en espera de seguir fiando.
Mientras los ciudadanos más despiertos diseñan nuevos edificios de bella arquitectura, decoran escaparates, instalan aire acondicionado por los corredores y contratan a las más seductoras vendedoras... los pobres no responden. Siguen pululando por las calles, jugando a dominó, aumentando la familia... sin soltar un peso. Cuando más, se pasan la vida de tienda en tienda, en disgustosa actitud de regateo y en espera de seguir fiando.
El horizonte político
El hombre neoliberal también otea
el horizonte político. La sociedad anhela vivir en paz y los dueños del dinero,
las fábricas y los inmuebles no deben ser molestados. Eso sería como matar la
gallina de los huevos de oro. Si se hostiga a los capitalistas, mercaderes,
especuladores y banqueros, entonces se derrumbará la sociedad del bienestar.
Al menos, la sociedad del
bienestar que algunos disfrutan. Que tampoco es saludable andarse por ahí con
eufemismos y cortesías. Llega un momento en que es preciso llamar al pan pan y
al vino vino. A los políticos, junto con los jueces y los policías, les toca
vigilar el recto funcionamiento de los contratos. Para ello son necesarios el
orden y la estabilidad.
Inefable la sabiduría del hombre
neoliberal que sabe lo que se lleva entre manos en cuestión de economía,
sociedad y política. Sólo un interrogante frente a tanta sabiduría teórica y
práctica. ¿En qué condiciones, en qué situación se halla el corazón del hombre
amigo de estimular la economía y de la mano dura contra los que no cooperan?
Su corazón se ahoga, se sofoca,
pues que mantiene taponados los conductos por donde debiera llegarle el oxígeno
del cariño, de la ternura y de la compasión. A menos que se someta a un
profundo cateterismo, su víscera principal está sentenciada a muerte por
arteriosclerosis.
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