El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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domingo, 7 de octubre de 2018

Roles machistas, roles feministas

Hay mujeres fuertes a las que las normas de la sociedad —tácitas, pero taxativas— imponen la obligación de aparentar debilidad. Por su parte existen hombres débiles que se ven empujados a parecer fuertes. Cada uno con su rol, con su careta. No vayan a ser motivo de sonrisa socarrona o de chisme de mal gusto. La sociedad tiene sus razones que la razón desconoce, cabría decir parodiando a Pascal. Pero la mujer fuerte, que debe aparentar fragilidad, y el hombre débil, de quien se espera desmuestre fortaleza, vivirían más felices si pudieran mostrarse como realmente son.


Lo del rol y la careta es como una maldición que persigue a los varones y mujeres de nuestra sociedad. Que, por cierto, alardea de ser libre, de actuar sin prejuicios. Hay innumerables mujeres cansadas de actuar como si fueran frívolas y poco enteradas de lo que llevan entre manos. Y multitud de varones que soportan un enorme peso sobre sus espaldas: el de aparentar que todo lo saben y de todo entienden.

Las cosas andarían mucho mejor si cada uno cargara con su particular problema y dejara de mirar de reojo al vecino. Porque sucede también que hay mujeres cansadas de que se les atribuya el monopolio de los sentimientos y las emociones, mientras que a los varones se les niega el derecho de derramar lágrimas y de actuar con delicadeza.

Sigamos la larga y nefasta lista. Hay mujeres que recelan del ejercicio físico y de la competencia porque podrían ser catalogadas como menos femeninas. A cambio, muchos hombres que preferirían permanecer en el hogar se sienten empujados a competir con el fin de que nadie dude de su masculinidad.

Quizás donde más apuballante resulta tomar sobre las espaldas el rol asignado es en la cuestión del sexo. ¡Cuántas mujeres están verdaderamente hartas de ser consideradas objeto sexual! ¡Seguramente el mismo número de varones angustiados por no rebajar el listón de las prestaciones sexuales!

Se espera de la mujer que sea tierna y cariñosa con sus hijos, que viva atada a ellos. En cambio el hombre tiene que acariciar a los suyos casi a escondidas, como si de algo vergonzante se tratara. Se le niega el gozo de la paternidad, tiene que ejercerlo desde el anonimato.


En el terreno laboral las cosas no van mejor. A muchas mujeres se les niega un trabajo o un sueldo digno. Pero, en el extremo contrario de esta espiral ominosa, muchos varones tienen que asumir la pesada responsabilidad de sostener económicamente a sus compañeras. ¿Y por qué el varón tiene que conocer los más recónditos secretos del motor del automóvil y en cambio no se espera de él que muestre mayor interés por los secretos de la cocina?

Algo funciona mal cuando circulan por el ambiente tantas órdenes tácitas, cuando existen tantos recelos y tantas expectativas equivocan el blanco. Por lo demás, si existe el machismo es porque, a su vez, existe el hembrismo. Se trata de la otra cara de la moneda. El varón tiene que aparentar unas prestaciones determinadas para no defraudar las expectativas. La mujer tiene que aparentar una fragilidad que quizás no va con ella, pero que es lo que a su alrededor se espera.

No es este el camino. Por alguna parte hay que romper la espiral. Cuando al varón no se le exija lo que los roles tradicionales y las costumbres requieren, ya la mujer dejará de tener razones para un comportamiento que suena a falso y a menos adecuado. Cuando la mujer se niegue a ejercer papeles de muñeca, de modelo permanente o de adorno del varón, éste tendrá que inventar otros cauces para relacionarse con ella. 


Seguramente se tratará de una relación mucho más sincera y menos convencional. Caerán las caretas, desaparecerán los pesados fardos que a cada uno, sin saber por qué, se le han asignado.

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