Lo del rol y la careta es como una maldición que persigue a
los varones y mujeres de nuestra sociedad. Que, por cierto, alardea de ser
libre, de actuar sin prejuicios. Hay innumerables mujeres cansadas de actuar
como si fueran frívolas y poco enteradas de lo que llevan entre manos. Y
multitud de varones que soportan un enorme peso sobre sus espaldas: el de
aparentar que todo lo saben y de todo entienden.
Las cosas andarían mucho mejor si cada uno cargara con su
particular problema y dejara de mirar de reojo al vecino. Porque sucede también
que hay mujeres cansadas de que se les atribuya el monopolio de los
sentimientos y las emociones, mientras que a los varones se les niega el
derecho de derramar lágrimas y de actuar con delicadeza.
Sigamos la larga y nefasta lista. Hay mujeres que recelan
del ejercicio físico y de la competencia porque podrían ser catalogadas como
menos femeninas. A cambio, muchos hombres que preferirían permanecer en el
hogar se sienten empujados a competir con el fin de que nadie dude de su
masculinidad.
Quizás donde más apuballante resulta tomar sobre las
espaldas el rol asignado es en la cuestión del sexo. ¡Cuántas mujeres están
verdaderamente hartas de ser consideradas objeto sexual! ¡Seguramente el mismo
número de varones angustiados por no rebajar el listón de las prestaciones
sexuales!
Se espera de la mujer que sea tierna y cariñosa con sus
hijos, que viva atada a ellos. En cambio el hombre tiene que acariciar a los
suyos casi a escondidas, como si de algo vergonzante se tratara. Se le niega el
gozo de la paternidad, tiene que ejercerlo desde el anonimato.
En el terreno laboral las cosas no van mejor. A muchas
mujeres se les niega un trabajo o un sueldo digno. Pero, en el extremo
contrario de esta espiral ominosa, muchos varones tienen que asumir la pesada
responsabilidad de sostener económicamente a sus compañeras. ¿Y por qué el
varón tiene que conocer los más recónditos secretos del motor del automóvil y
en cambio no se espera de él que muestre mayor interés por los secretos de la
cocina?
Algo funciona mal cuando circulan por el ambiente tantas
órdenes tácitas, cuando existen tantos recelos y tantas expectativas equivocan
el blanco. Por lo demás, si existe el machismo es porque, a su vez, existe el
hembrismo. Se trata de la otra cara de la moneda. El varón tiene que aparentar
unas prestaciones determinadas para no defraudar las expectativas. La mujer
tiene que aparentar una fragilidad que quizás no va con ella, pero que es lo
que a su alrededor se espera.
No es este el camino. Por alguna parte hay que romper la
espiral. Cuando al varón no se le exija lo que los roles tradicionales y las
costumbres requieren, ya la mujer dejará de tener razones para un
comportamiento que suena a falso y a menos adecuado. Cuando la mujer se niegue a
ejercer papeles de muñeca, de modelo permanente o de adorno del varón, éste
tendrá que inventar otros cauces para relacionarse con ella.
Seguramente se tratará de una relación mucho más sincera
y menos convencional. Caerán las caretas, desaparecerán los pesados fardos que
a cada uno, sin saber por qué, se le han asignado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario