Determinados episodios que uno ha vivido o diálogos que ha mantenido en el pasado permanecen grabados en la memoria.
Uno intuye que en ellos había un grado de maldad o piscopatía superior al que cabe hallar comúnmente.
He aquí la reflexión que los susodichos encuentros me suscitan.
Circulan por ahí vampiros emocionales que usan la palabra para encarnizarse con sus víctimas. En apariencia mantienen un diálogo, en la realidad tratan de utilizar al otro en beneficio propio. Y si padecen algún grado de neurosis no dudan, por añadidura, en aplastar al interlocutor. La comunicación de los tales merece el adjetivo de perversa por cuanto no es sino un medio para atenazar al prójimo y mantenerlo en un mar de dudas y confusiones.
Los individuos en cuestión esquivan la respuesta cuando se les pregunta directamente. Lo hacen con ademán de superioridad. Pretenden así ofrecer una imagen de alta sabiduría. Cuando se expresan nada dicen en firme, pero mencionan datos inconcretos con el fin de desestabilizar al interlocutor. Lo insinúan todo, aunque sin especificar nada.
En estas circunstancias el interlocutor trata de comprender lo que sucede, de qué habla el individuo o quizás de qué se queja. Como el vampiro sigue sin concretar, teme la víctima que se le pueda imputar cualquier yerro pasado o presente, incluso de alguno cuya existencia desconoce.
No existe propiamente diálogo entre víctima y verdugo. Al primero se le disparan todas las alarmas mentales y su inquietud va subiendo grados. Tiene la sensación de que no es escuchado, en realidad no sabe qué decir, pues que ignora la acusación. Al verdugo no le interesa lo que diga, le hace sentir inútil, inexistente. Mientras tanto habla de modo que sólo cabe hilvanar hipótesis de sus expresiones. Todo se desarrolla en terreno ambiguo y pantanoso.
Deforma el lenguaje
El comunicador perverso adopta un tono de frialdad e indiferencia, ajeno a la menor resonancia afectiva. Es una de las estrategias que usa para provocar inquietud y temor. El agredido se turba porque siente cercano el aliento del vampiro emocional. El cual no levanta la voz, prefiere recurrir a estrategias más sofisticadas para desestabilizar al otro.
Aduce el depredador que no se siente respetado cuando la realidad es exactamente la contraria. De todos modos no suele hablar mucho, de modo que el otro sienta la necesidad de preguntar una y otra vez. El vampiro responderá con frecuencia: “yo nunca he dicho eso”. Y es verdad, pero lo ha insinuado, sugerido y apuntado.
El comunicador malévolo es muy capaz de mantener varias líneas de argumentación contradictorias para desconcertar a quien le escucha. O utilizar un lenguaje de carácter técnico y abstracto con el fin de desorientar a su víctima. También es propenso a utilizar frases inacabadas. Con todo lo cual trata de reforzar un perfil que irradie autoridad y sabiduría mientras le demuestra al otro que no está a la altura.
Al agresor le interesa más el proceso, el cómo, que la finalidad del diálogo. Le importa más la estrategia de la comunicación que no la verdad de su contenido. De este modo evita la confrontación directa mientras molesta, desorienta y confunde al otro. Trata de adivinar las intenciones de quien tiene en frente, le da a entender que conoce sus interioridades mejor que él mismo.
El verdugo no miente descaradamente, aunque todo su actuar acaba siendo una gran mentira. Utiliza los silencios y las insinuaciones, recurre a las trampas saduceas y a los puntos suspensivos. Todo en beneficio propio y con la voluntad de aplastar psicológicamente al interlocutor. Es ducho en el afirmar sin decir. Saca a relucir una afilada memoria para poner sobre el tapete algún suceso anterior en el que la víctima ha estado involucrada. Con lo cual pretende echarle en cara su incoherencia o su mentira.
Sarcástico y descalificador
La utilización de la burla, el desprecio, el sarcasmo o la descalificación, surgen de la envida, de la maldad o simplemente de la psicopatía. A través de la descalificación, el psicópata trata de anular al otro y transmitirle que no sirve para nada. “Ya lo he borrado, le he hecho una cruz, para mí no existe”. También recurre con frecuencia al uso de la paradoja con el objeto de desquiciar a su víctima. Si lo cree oportuno no tiene inconveniente en cortar la conversación de forma abrupta dejando al otro con numerosos y agobiantes interrogantes sobre sus hombros.
Ya que no es capaz de ejercer la autoridad de modo limpio y dando la cara, el tipo de persona que nos ocupa recurre a la palabra torticera o al lenguaje corporal insinuante. Deja entrever que posee la verdad y que su status moral es superior al de los demás. No admite el desacuerdo ni la opinión contraria. Y el disidente se sentirá impulsado a desaparecer de la circulación.
La comunicación es un medio utilizado por el individuo perverso y depredador —el vampiro emocional— para desestabilizar a la víctima., Objetivo: condenarla a la sumisión o borrarla del mapa. Como la araña que envenena a la víctima enganchada a su red. Se trata de un personaje mezquino, que prefiere las sombras a la luz, que posiblemente padece de alguna psicopatía. Personaje tóxico al que hay que respetar como enfermo, pero sin acercarse demasiado para no caer en su envolvente telaraña.
1 comentario:
Comentario muy realista. Da la impresión que el autor lo ha vivido en carne propia. De los vampiros emocionales, líbraos Señor!
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