Es
asombroso cómo los cuatro evangelios se mantienen en la cresta de la
actualidad. Las grandes y permanentes preocupaciones del ser humano allá
aparecen. Sus páginas hablan de dinero y de injusticias, de enfermos e
hipócritas, de ancianas generosas y dirigentes sin piedad. Incluso la forma se
diría que no ha envejecido. Con intercambiar alguna que otra palabra el lector tiene
la impresión de que está leyendo el periódico de hoy. Permitan el siguiente
ejercicio por si les suena.
Cuando el señor bajó del autobús se
encontró a un grupo de gente que hacía rato le esperaba para verle y escucharle.
Unos querían un autógrafo, pero la mayoría deseaban comunicarle las
dificultades por las que estaban pasando. La aglomeración se componía de gente
sin trabajo, inmigrantes y desahuciados. En cuanto se dispuso a hablar hubo
quien se subió a la mesa situada en la terraza de un bar. Otros se sentaron en
el capó de unos coches aparcados.
— Eh, señor, que lo pasamos
muy mal. Nadie en la familia, ni jóvenes ni viejos, tiene trabajo, clamaba a voz en grito un individuo de mediana edad con barba de
chivo.
— Yo no tengo papeles, voceaba un joven con un gran afro en la testa.
— Ayúdame porque no me
admiten en el hospital, exclamaba una mujer
menuda y de rostro irrelevante.
Algunos admiradores del señor ejercían de
voluntarios guardaespaldas. Apartaban a la gente con el fin de despejar el
camino y lograr que llegara a un cercano prado. Allí podría dirigirse a la
gente en condiciones más satisfactorias. En efecto, todo el mundo se sentó
sobre la hierba y el esperado personaje se dispuso a hablarles a los presentes.
Palabras
de ayer y de hoy
Venid a mí todos los que estáis angustiados
y preocupados por esta crisis que no cesa. Yo os aliviaré de la soledad, del
miedo al futuro, de los menosprecios que vierten sobre vosotros quienes dirigen
el país. Porque mis palabras en realidad no son mías. Las tomo prestadas de quien
sabe más que yo.
Os digo de verdad que los últimos serán
los primeros y los primeros los últimos. Pero vosotros sed sinceros y humildes
hacia vuestros prójimos. No os comportéis como los políticos avezados que os
engañan una y otra vez. Ellos mienten para ganar las elecciones. Unos meses
antes subvencionan necesidades familiares y obras públicas, besan a los niños y
abrazan a las ancianas, a la vez que prometen bajar los impuestos. Una vez acomodados
en sus escaños recortan los sueldos, los derechos que tanto esfuerzo logró
adquirir y os cargan con fardos pesadísimos.
No hagáis como los banqueros que
especulan con el dinero de los pobres. Les engañan con las preferentes. Les
cobran por la casa que compraron con mil sudores y, si no la pagan hasta el
último centavo, incluidos los intereses, entonces se la quitan para
apropiársela de nuevo. No imitéis a los
corruptos que pululan por los corredores y salas de los ministerios. Fueron elegidos
para servir al pueblo, pero abusan de las tarjetas opacas, exigen comisiones
inmorales y gastan cantidades ingentes en dietas, viajes y comilonas.
Vosotros no pongáis vuestro corazón en las
cuentas corrientes, no llevéis el dinero a los paraísos fiscales para evadir
las obligaciones sociales. Ni siquiera invirtáis dinero en bonos del Estado o
en algún plan de pensiones. Vuestro tesoro es la tranquilidad de conciencia, el
amor a quienes os rodean y vuestra fidelidad a Dios. Eso tenéis que cuidar.
Nadie os lo puede robar y el tiempo no lo echará a perder.
No os limitéis a opinar sobre la crueldad
de los yihaidistas o la desfachatez del primer mundo que dice querer la paz
mientras vende armas al enemigo por debajo de la mesa. Luchad para que la paz y
la justicia reinen en el hogar y el vecindario. No os preocupéis demasiado ya
que no es posible cargar con el peso del planeta. Os basta con las
preocupaciones de cada día y con amar de verdad a vuestros prójimos. Luchad por
un medio ambiente sostenible para que vuestros hijos no se avergüencen del
estado ruinoso de los prados, los bosques, los mares y las montañas.
Multiplicad la riqueza, pero repartidla
enseguida. No digáis que primero unos pocos tienen que acaparar los bienes para
luego distribuirlos. Eso gustan de decir los neoliberales y los capitalistas,
pero nunca llega el día del reparto. Sabed que la felicidad no está en el
poder, ni en la fama, ni en el éxito. Es mucho más importante ser que tener.
Vale más vivir que poseer. Preferid el abrazo a la reprimenda y el amor al
dolor.
No recortéis el sueldo a las mujeres sólo
porque cuando dan a luz no van a la fábrica o a la oficina. Os digo que un hijo
vale más que una máquina. No convirtáis a los niños en soldados, pues ofende a
Dios Padre que niños inocentes disparen para herir y matar. No hagáis de los
niños obreros antes de hora porque cada cosa tiene su tiempo.
Una
conclusión menos feliz
Aunque los problemas de cada uno de los
participantes seguían en pie, la gente empezó a aplaudir, cantar y bailar. Se
les había llenado el corazón de esperanza y confiaban que, gracias a las
palabras del señor, la realidad mejoraría. Estaban convencidos de que, si
seguían sus criterios y miraban el mundo con sus ojos, aumentaría la
solidaridad y la atmósfera adquiriría una fragancia de fraternidad.
Pero alguien registrado como miembro de los
servicios secretos había comunicado a las fuerzas de seguridad que tenía lugar una
manifestación ilegal. Entonces, de pronto, aparecieron los antidisturbios con
mangueras chorreando agua a presión, armados con fusiles, portando porras y
disparando pelotas de goma.
Bastantes de los participantes fueron
detenidos. El Maestro se escabulló entre la multitud con un gesto de contrariedad.
Unos periodistas, bien pagados por sus patronos, escribían entre tanto que en
la manifestación se habían dado cita un montón de mendigos y un nutrido grupo
de “indignados”. Allá se habían reunido numerosos inmigrantes sin papeles, desahuciados
e incluso grupúsculos de jóvenes antisistema.
1 comentario:
MUY BUENO. UN EVANGELIO ACTUALIZADO
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