Asombra la complejidad del ser humano. Por más el
psicoanálisis pretenda sumergirse en las profundidades de su intimidad, no
logra sacar a flote resultados definitivos, ni del todo satisfactorios. No hay
que pedirle demasiado a esta materia que, por lo demás, no es una ciencia
exacta. Desde el diván del psicoanalista no se otean todos los horizontes. Y
nada más desorientador que tomar la parte por el todo.
Si junto a los psicoanalistas echamos mano de los sociólogos,
antropólogos y demás, tampoco ellos nos dan la exacta medida de este complejo
corazón que rige los destinos del ser humano. Por supuesto que los esfuerzos de
todos ellos desvelan un poco el secreto de la humana existencia, pero no
resultan decisivos a la hora de ofrecernos la clave de su comportamiento.
Más posibilidades que nunca
La vida actual nos abre posibilidades insospechadas
lustros atrás. Podemos cultivarnos en múltiples facetas: modelar a voluntad
nuestros músculos, pronunciar con fluidez un idioma extranjero, aprender los símbolos
del pentagrama, adentrarnos en los misterios de la genética… No faltan en la
sociedad quienes desempeñan con competencia y eficacia profesional sus tareas.
Y, sin embargo, muchos fracasan en su objetivo principal: ser personas humanas aureoladas
de dignidad. Dan vueltas en torno a sí mismos, sin llegar a saber el sentido de
su existir. Se deprimen, sufren, viven atrapados. Se mueven a contratiempo,
atrofian sus mejores posibilidades.
El entorno invita a moverse, a relacionarse, a
multiplicar los contactos con los demás. Sin duda, bien enfocado, ello
enriquece el propio yo. Pero, en cuanto uno se descuida, se dispersa y
fragmenta hasta el punto de que desfigura su personalidad. A veces, por no
defraudar unas exigencias sociales muy discutibles, otras por tratar de desempeñar
unos roles que más bien hacen el papel de máscaras.
No maravilla, pues, que muchos no encuentren los resortes
que les permitan vivir con autenticidad y originalidad. Terminan difuminando su
propio rostro, olvidan su identidad, terminan siendo juguetes de fuerzas
exteriores a ellos mismos.
Orgullosos, pero amenazados
Pronto nos habituamos a las ventajas y posibilidades que
la técnica, la medicina y la cultura nos ofrecen. Exigimos que no falle la energía
eléctrica, requerimos los medicamentos más sofisticados, nos parece normal que
la erudición nos esté esperando en las páginas de la enciclopedia. Es posible
que no valoremos en su justa medida las comodidades al alcance de la mano. Hace
falta un suplemento de agradecimiento a nuestros ancestros y a quienes empujan y
sostienen los logros conseguidos.
Sin embargo, el hombre actual, a diferencia de años
atrás, se siente menos orgulloso de los resultados obtenidos. Más aún, empieza
a recelar de su propio poder, sospechando ―como el aprendiz de brujo― que
quizás todos los avances le caigan encima, descontrolados, y le conviertan en
víctima propiciatoria.
La sociedad funciona, al parecer, de modo más eficiente y
burocrático, en nuestros días. Pero ya nadie sabe en qué secretas oficinas va a
parar la información sobre el ciudadano, ni quién carga con la responsabilidad
de escribir sólo la verdad en los registros. Nadie sabe dónde ir a reclamar si
le la justicia le da la espalda o el ordenador le acusa de un delito que no ha
cometido. El individuo se halla en un laberinto cuya salida se logra sólo a
fuerza de cheques o influencias.
Hay más coches de lujo circulando por las avenidas y más
electrodomésticos en los hogares. Pero ello al precio de que algunos jamás los
posean. Si existe más bienestar, también se tropieza con más marginación. Si se
multiplican las fábricas, en igual proporción aumenta la contaminación.
Seguramente los años de vida se han alargado, pero no necesariamente se han llenado de mayor solidaridad y gozo.
Puede que estemos afinando más en los derechos humanos de
los ciudadanos, pero mientras tanto se multiplican los recelos entre los
partidos políticos, crecen las envidias entre las diversas corporaciones y se
distancian las familias con enorme facilidad. Los corruptos y delincuentes
hacen su aparición como los hongos en tiempos de bonanza.
Cada vez más surgen ciudadanos que toman conciencia de
que el individuo de nuestra sociedad se halla un tanto perdido, víctima de sus
propios logros, esclavizado por las fuerzas que ha desencadenado, amenazado en
su intimidad más profunda. Por supuesto que lamentar los avances obtenidos
sería una actitud estúpida. Lo que sí es preciso lamentar es que tales avances
no hayan servido para crecer en humanidad y confianza. No es del instrumento la
culpa de nuestros males, sino de las intenciones perversas, frívolas o egoístas
de quien lo maneja.
1 comentario:
No dice cosas nuevas, pero muy bien contado lo que expone. UN estilo agradable para la lectura.
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