Las mejores intuiciones se
marchitan al poco tiempo, si no son cobijadas por algún cascarón que las
mantenga a salvo de las inclemencias del tiempo. Se derrumban, si no se
salvaguardan de la mala hierba que las invade. Las grandes ideas, las causas
hermosas, deben ser revestidas de esta piel un poco áspera que es la
institución. Sólo ella consigue que no se desvanezca el perfume del ideal
originario.
La institución se asocia a verdades
bien definidas, jerarquías, normas, protocolos y oficinas. Lo cual resulta de
ayuda para mantener a buen recaudo la semilla del proyecto inicial. Pero, a la
vez, tiende a desfigurar, caricaturizar y dominar. Nace para amparar y termina
por oprimir. Surge para custodiar y acaba por alterar los colores y la
fragancia del sueño que le dio origen. Como el mito de Saturno, también la
institución tiende a devorar a sus propios hijos.
Resistencia al cambio
Precisamente para evitar este
proceso nefasto urge renovar cauces y estructuras de vez en cuando. Al cuadro
se le acumula el lastre con el paso de los siglos y se hace preciso descostrar
el lienzo. También la Institución requiere de renovación constante y más en
nuestra época postmoderna que, en principio, sospecha de ella.
Ardua labor la de quitar el polvo y
abrillantar las paredes de la institución. Cuando ésta se halla fortalecida se
resiste por sistema al cambio y arrolla al incauto que la cuestiona. Cuando
alguien lucha por el cambio puede esperar reacciones duras y desproporcionadas
del burócrata en defensa de la institución.
Me interesa señalar uno de los
rasgos típicos de quien se identifica con la institución: su insinceridad. La
gente de la institución —y más si ésta atrapa las capas profundas de la
persona— exige que todo cuanto entre en conflicto con la verdad oficial sea
eliminado de raíz.
Una tal postura conduce a múltiples
aberraciones, entre las cuales, situar fácilmente al personal del entorno bajo
sospecha. También hace el vacío y margina a cuantos plantean problemas y
suscitan dudas. En bien de la institución, en nombre de la unidad, hay que
arrinconarlos. Se les dirá, por ejemplo, que son unos amargados, que la ciencia
hincha, que les falta humildad, que no entienden y no sé cuantas cosas más. Lo
que no conviene decir es que alguien se beneficia a manos llenas de esta
artificiosa y peculiar unidad construida a la medida.
Domesticados y sumisos
La institución tiende a globalizar,
a totalizar, a atrapar y domesticar. Sabe a quién premiar y a quien castigar
dado que con anterioridad se ha procurado los recursos para ello. De manera que
algunos de sus miembros quizás rechazan determinadas opiniones o puntos de
vista, pero guardan las formas y se someten exteriormente.
Una vez domesticados, hombres y
mujeres tienen respuestas claras y precisas para todo. Se comprende. Quien se
sale de la verdad oficial puede prepararse a ser tratado como la oveja negra de
la familia. Y si esperaba hacer carrera, despídase de subir ulteriores
peldaños.
Y así se dice una cosa mientras se
cree la otra. El hombre de institución aprende rápidamente que la verdad es
peligrosa. Por consiguiente, la mantiene a buen recaudo. A quienes mandan hay
que decirles lo que quieren escuchar y disfrazarles la verdad. Importa lo que
se dice, no lo que se piensa. Lo lamentable de la cuestión es que los efectos
más notorios de la enfermedad del burócrata —cerrazón e insinceridad— no los
padece tanto él mismo cuanto la gente de su entorno.
La cuestión es de gravedad suma. La
insinceridad penetra por todos los poros de la institución. Muy pocos disponen
de la energía suficiente para denunciar lo que acontece y ponerle altavoz a los
rumores. Al contrario, la mayoría sigue repitiendo las verdades establecidas,
las que halagan los oídos de las autoridades de turno.
El clima de insinceridad
generalizado no es abono adecuado para el progreso, no atrae las mentes más
lúcidas ni las almas más apasionadas. Más bien cansa el corazón, y le lleva a
perder toda flexibilidad. El corazón del burócrata está vendido al mejor
postor. Cerrado a cal y canto, apenas conoce los auténticos sentimientos. Los
prójimos se le antojan adversarios que quieren desbancarlo de su sillón.
1 comentario:
De este articulo subrayo la frase referida a la institucion:
"nace para amparar, termina por oprimir". Es muy cierto. Aunque se deberia trabajar para que ninguna institución acabe así. Que siempre sirviera para amparar, para proteger.
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